Cada fiesta nos lleva a reflexionar sobre el sentido de nuestra fe. Renueva nuestro ánimo para enfrentar los desafíos de la vida.

¡Cristo ha resucitado! ¡Sí, Verdaderamente ha resucitado!
Feliz y santa fiesta de Pascua.

Cada fiesta nos lleva a reflexionar sobre el sentido de nuestra fe. Renueva nuestro ánimo para enfrentar los desafíos de la vida, privada y pública, y todas las dificultades que encontramos en todos nuestros países dónde se encuentran nuestras diócesis: Jordania, Palestina, Israel y Chipre. La fiesta nos invita a renovar nuestra fe en Dios y nuestra confianza en nosotros mismos, a fin de contribuir mejor a la edificación de nuestra sociedad en la cual somos llamados para llevar el amor a todos, sin distinción alguna y más allá de todas las barreras confesionales o nacionales. Cristo Resucitado, el triunfo sobre la muerte, el retorno a la vida, todo eso nos dice que, en primer lugar, Dios está entre los hombres: “Él ha habitado entre nosotros” (Jn 1,14); en segundo lugar, que “Él es amor” (1 Jn 4,8) y, finalmente, que Él nos hizo capaces de amar como Él mismo ama: “Nos ha dado de su Espíritu – dice San Juan-. Si nos amamos unos a otros, Dios permanece en nosotros y su amor ha llegado en nosotros a su plenitud” (1 Jn 4, 13.12). Por su muerte y su Resurrección, Jesús ha hecho de nosotros una criatura nueva y un Hombre Nuevo “en la justicia, la santidad y la verdad” (Ef 4, 23-24). Él nos ha colmado de su Espíritu y “el fruto del Espíritu -nos dice san Pablo- es amor, alegría, paz, paciencia, afabilidad, bondad, fidelidad, mansedumbre, dominio de sí.” (Gal 5, 22-23).

Nuestra vida cotidiana parece estar muy lejos de esta visión del Dios-con-nosotros, de su amor por todos y de los frutos del Espíritu en nosotros. En nuestra vida cotidiana, puede parecernos que la vida del Espíritu, que produce la caridad, la alegría y la paz, sea un proyecto imposible, sobre todo en nuestra Tierra Santa, entregada desde hace años y años al odio, al rechazo mutuo y a la muerte. Y, la acción de los jefes y la vida de las personas y de los grupos no hacen otra cosa que dejarse guiar según esta lógica. Hace falta matar para vivir. Hace falta matar porque se ha matado. Hace falta odiar porque se tiene miedo o porque se está oprimido. He aquí los criterios de gobierno y de vida en una tierra santa, una tierra de la Resurrección, una tierra en la que Dios ha hablado, en la que las tres religiones dicen creer en Dios y escuchar Su palabra.

A pesar de esta dura realidad, tenemos que proclamar y tenemos que decir que la tierra dónde Dios ha hablado, dónde Él ha hecho conocer su amor por todos los hombres, puede permanecer tierra de la Palabra de Dios, y no solamente tierra de la palabra de los hombres que reemplaza aquella de Dios por actitudes de muerte y odio. Hace falta creer en nuestra capacidad de amar, nosotros todos, israelíes y palestinos. Somos capaces de amar y de hacer justicia por nosotros mismos y por los otros. Hace falta recomenzar sobre nuevos principios, sobre una nueva visión de la vida en esta Tierra Santa. Somos capaces de liberarnos de la muerte que nos ha sido impuesta hasta hoy. Nosotros, israelíes y palestinos, somos capaces de liberarnos del miedo nacido en la violencia y el terrorismo, de la ocupación impuesta por la ley del más fuerte, y de la lógica de la muerte y del odio. ¡Vosotros que matáis, cesad de matar! ¡Vosotros que odiáis, dejad de odiar! ¡Vosotros que ocupáis la tierra, devolvedla a sus propietarios! El amor y la confianza son más eficaces para volver a poseer la libertad perdida, la seguridad perdida y la independencia deseada. Ciertamente, este lenguaje es extraño a todos aquellos que detentan en sus manos el poder. Pero a vosotros también, gobiernos, os decimos: ¡Vosotros, gobiernos, que no creéis en este lenguaje, vosotros también, sois capaces de amar, de vivir y de transformar en términos de vida y paz las relaciones entre los dos pueblos en esta tierra santa!

Hermanos y Hermanas que celebráis la Resurrección del Señor en nuestra diócesis y en el mundo entero, os deseamos una feliz y santa fiesta de Pascua. A todos los habitantes de esta Tierra Santa, cristianos, judíos, musulmanes y drusos, os deseamos todas las bendiciones del Señor. A los judíos, que celebráis vuestra Pascua en estos días, os deseamos que la fiesta sea un manantial de bendición, de amor y de justicia para vosotros y para todos los habitantes de la Tierra Santa.

El profeta Isaías dice: “He aquí que para hacer justicia reinará un rey, y los jefes juzgarán según el derecho” (Is 32,1). Deseamos que esta profecía pueda realizarse en nuestra tierra. Por el momento “los mensajeros de paz lloran amargamente” (Is 33,7) como dice también Isaías. Nosotros rogamos y esperamos que nuestros jefes puedan dejarse conducir por nuevos puntos de vista y un nuevo ánimo capaces de cambiar la faz de esta tierra y de llenar los espíritus y los corazones de seguridad, de justicia y de tranquilidad.
¡Feliz y santa fiesta de Pascua!

Michel Sabbah, Patriarca